Con toda la comunidad cinematográfica argentina, los medios de comunicación e inclusive el público celebrando el premio Oscar de "El secreto de sus ojos", es casi imposible que no le den ganas a uno de sumarse al festejo, no? Pero, - aquí entre nosotros- qué estamos celebrando?
Si yo le muestro una tuerca, y solamente una tuerca, es imposible que advierta la procedencia de la misma. La razón es obvia: las tuercas son todas iguales. Por supuesto, no sólo no es casualidad, sino que es importantísimo que las tuercas sean asi, de esa forma nos aseguramos, por ejemplo, que los diámetros de un tornillo fabricado en Alemania coincidan con los de una tuerca fabricada en Argentina. El secreto, en ese sentido, es eso. Es un producto argentino que cumple con los estándares cinematográficos internacionales establecidos por la industria hollywoodense. Lo cual también es una forma de aseguramos que una película hecha en Argentina pueda ser proyectada en cualquier otro país sin mayores inconvenientes para el espectador que el de tener que leer los subtítulos.
Pero una película no es una tuerca.
Criticar la película de Campanella desde un punto de vista técnico es inútil. Y no es que no tenga faltas, sino que criticarlas sería criticar el cine de Hollywood (eso es lo inútil). Y además a estas alguras si Campanella lee una crítica tiene todo el derecho de agarrar su Oscar con las dos manos y con gesto de barrio hacer declaraciones maradonescas. La crítica no es cinematográfica, es artística. Que El secreto sea una película argentina es una ocurrencia meramente geográfica. De la forma en que está hecha, la película bien podría ser uruguaya, mexicana o polaca - salvo quizás por la participación inexorable de Darín (®).
A primera vista parecerían dos cosas opuestas: hacer cine exportación y hacer cine con identidad nacional. Pero la historia del cine nos muestra como movimientos vanguardistas locales pueden transcender a globales (la nouvelle vague francesa, el neorrealismo italiano, el Dogma 95 danés, por nombrar algunos), esquivando las premisas del cine "bien" de norteamericano (e inclusive a veces modificándolo). Claro que esto no se consigue de un día para el otro (o de una película para otra). Esto se logra sólo con la madurez y consolidación de un lenguaje original, atractivo, innovador, y por sobre todo, propio. Propuesta diametralmente opuesta al cine de género que aquí nos ofrece Campanella.
Alto, porque Campanella tampoco es el Judas el cine argentino. Campanella es sólo un tipo que desde hace años que trabaja en EU, no dirigiendo cine, sino tv, y que con esta nominación es muy probable que se gane un lugar en la pantalla grande de Hollywood. Bien por él, si yo fuese Campanella estaría descorchando sin dudas. Pero el resto de los argentinos tenemos que tener cuidado con festejar este tipo de cosas. El nuestro cine viene pasando por una crisis de identidad desde hace ya muchos años, y creer que en la imitación esta la solución, es querer matar el hambre tomando agua. Ver en Campanella al hijo pródigo es un error, la verdadera identidad del cine va venir de adentro, del campo, del folclore, del asado y el chimichurri, de la villa, del potrero, del hambre, de los trabajadores oprimidos, de nuestras historia, nuestra gente y nuestra cultura, de la tierra roja de Misiones, de la nieve blanca de la Patagonia, de las salinas de Santiago, del Río Paraná, de los coloridos cerros jujeños, de la bosta misma de las vacas que pastan en la pampa, del silbido de un tango, y del tararear de una zamba. Conciencia, porque más películas como El secreto lo único que lograrían sería desabastecer al pueblo de una cultura que los identifique. Trascender las fronteras con nuestro cine tiene que ser la consecuencia, no el fin mismo. Así que, con su permiso, de nuevo pregunto: qué estamos celebrando?
miércoles, 14 de abril de 2010
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